Habría sido tan sencillo tocarte...
Habría bastado con estirar mi meñique
para rozar tu muslo;
pero allí tumbados en aquella arena,
la misma de siempre,
el silencio nos aplastaba
bajo el peso de mil años.
Escudriñábamos un cielo
de oleo y barniz
encarcelando susurros.
Tan solo estirarlo unos centímetros...
La luz se moteó
de un enjambre inesperado
de estrellitas de fuego.
Entonces dijiste:
“¡Mira, nievan palabras!”
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